En el nombre del Padre
El mes pasado asistí a la primera misa que mi amigo celebraba como sacerdote, en mi iglesia. El Padre Manuel es uno de los sacerdotes más jóvenes que conozco. Yo estudié en colegio de monjas y me acostumbré a ver sus hábitos, participar en misa y hacer cuanta obra de caridad podía. Crecí con ese común denominador e ir a misa era parte de mi rutina semanal. Aún estando en la universidad logré encontrar gente afina, la mayoría asistió a colegio católico. Fue al inmigrar a este país que la diferencia se marcaba profundamente. De hecho, la fe es algo tan personal, que no me atrevería a darle un consejo a nadie, ni mucho menos cuestionar la espiritualidad de alguien.
Con los años he aprendido a valorar otras creencias, a respetarlas y a celebrarlas desde mi punto de vista cristiano católico. He de decir que ha sido una experiencia interesante; mucho más aún son las bodas ecuménicas (dos religiones). Opino que toda ceremonia tiene su magia, una misa concelebrada, el incienso, las velas de adviento, el fuego en la misa de Sábado de Gloria, o el coro de mi iglesia. He asistido a la Shivá cuando el papá de una amiga murió, he visto mis amigos pasársela en ayunas el día entero en Ramadán, ver un casamiento celebrado por una mujer sacerdote; al final cada quien identifica su alma a través de su credo y sus costumbres.
Así como mi fe ha ido creciendo, la asistencia en mi iglesia ha ido decreciendo. Ente los escándalos de la iglesia y el cierre de colegios católicos, los números se reducen. Necesitamos más que oraciones por vocaciones sacerdotales y religiosas. Las monjas de mi colegio se marchan este febrero, cada día son menos las monjas en la docencia, a la diócesis le sale más rentable alquilar las propiedades que administrarlas. A esto sumémosle la limitaciones disciplinarias que se exigen en estos días, nadie dice esta boca es mía y todos sabemos los extremos de aquellos padres helicópteros.
A raíz de un ataque verbal en contra de mi fe, decidí preguntarle a otro sacerdote durante mi confesión, ¿es el matrimonio de sacerdotes y religiosas la solución? Para mi sorpresa, la propuesta ha estado sobre la mesa en encuentros y concilios. De ahí sale otra pregunta ¿le han preguntado a ellos si quieren casarse? El celibato es una de las razones que muchos optan por el sacerdocio, créanme que no los culpo, el matrimonio es la empresa más complicada y tomada a la ligera por una ridícula presión social.
Además, el sacerdocio es una carrera que exige obediencia, como en la milicia, te destacan, agarras tus pilchas y vas. Si hay matrimonio, hay hijos. De ahí el lio de las escuelas, el trabajo de la esposa, y todo el desbarajuste de la relocalización; además del cuestionamiento de la comunidad sobre la manutención de la familia extensiva. ¡Válgame la astucia! No sólo se libran de la suegra sino de todos los dolores de cabeza que trae criar un adolescente. Entonces, aplaudo más la decisión del Padre Manuel. Bendiciones a todos.
Por: Martha McGowan