Mi esposa ya no es mi esposa. Es mi esposo… o espose. Así es. Ella o él o elle
simplemente llegó un buen día a casa dándome la noticia. Yo imaginaba que la
emigración nos traería cambios radicales, pero jamás éste. Como es de suponer,
mi alarma no fue normal. Sin embargo, Eris (o Eros o Eres) me relajó. Me dijo que
estaba en perfecto estado de salud. Que no dolió, fue ambulatoria, cicatrizó bien y
que la recuperación sería superrápida.
Con el amor que le tengo y que nos ha llevado a superar otras situaciones, le dije
que respetaba su decisión, que la apoyaba, pero que por favor me dejara ver el
resultado de la cirugía. Mi curiosidad era demasiado grande. ¿Se lo hicieron con
su propia piel? ¿No le pusieron nada? ¿O le pusieron uno donado de un africano
que quería hacerse una reducción estética?
Entonces me llevó a la habitación, cerró la puerta, bajó el cierre y se la sacó. Se
veía nuevecita, de paquete, de tamaño promedio. ¡Era su nueva cédula
colombiana de extranjería! El gran detalle es que en sus datos personales le
pusieron “Sexo: M”. ¿Estaría la Registraduría colombiana en lo cierto?
Las abuelas siempre dicen: “A donde fueres, haz lo que vieres”. Por ello, no
sabíamos si en Colombia “Sexo: M” significa “Mujer” o si “Sexo: M” es de “Mucho”
o de “Más o menos”. ¿Nos estaría espiando la Registraduría todo este tiempo con
drones fuera de nuestra ventana? ¿Mi esposa estaría chismeando con una nueva
amiga sin saber que ésta pertenece al servicio de inteligencia colombiano? Lo
cierto del caso es que, gracias a mi esposa, la comunidad LGTBIQ+ ya tiene una
nueva letra para agregar: la “M”.
Tal sentencia en su nueva cédula nos sugestionó tanto, que la conducta de mi
esposa comenzó a cambiar de forma paulatina. Empecé a notarlo cuando dejó la
toalla mojada sobre la cama. Luego me percaté de que entró al baño. Al salir,
entré de curioso y vi la tapa salpicada… y no bajó la poceta… y no subió la tapa.
Otro día llegué de la calle, me saludó de puñito, me contó que le ofrecieron trabajo
en un taller mecánico y después preparó un almuerzo desabrido y en forma de
sándwich (dizque para salir del paso con algo rapidito).
En ese momento me di cuenta de que la situación se hacía insostenible. Si bien la
amo, debía dejarla ir para que fuese feliz y transitara nuevos rumbos con su nuevo
sexo. Fue entonces cuando sonó su celular. Era un número desconocido. Ella
contestó, escuchó y me susurró, sobresaltada: “¡Es la Registraduría!”. Al colgar,
me dijo que llamaban para enmendar el error de su cédula. Que se acercara al
otro día para que le entregaran su nueva cédula que diría “Sexo: F”.
Del tiro me senté en el sofá, respiré profundo y me relajé tanto, que comencé a
quedarme dormido tras todo este estrés. De repente, de la nada, escuché un grito:
“¿Vas a hacer siesta a esta hora? ¡Mira todos los platos sucios que hay! ¡Lávalos
ya! ¡Hay que ver que nadie ayuda en esta casa!”. Entonces me alegré. En ese
momento sentí un gran alivio. Era oficial que Eris ya había cambiado al “Sexo: F”.
Desde ese momento mi esposo dejó de ser mi esposo. Ahora volvió a ser mi
esposa.
Escrito a cuatro manos entre:
Eris Portillo y Reuben Morales